lunes, 8 de octubre de 2007

3 relatos: Terror / Terror 2 / El monstruo sin ojos


TERROR

Es de noche. Una noche oscura y tormentosa. La lluvia arrecia fuertemente. Una chica camina de forma apresurada, sin paraguas, protegida con un largo abrigo rojo. El agua ha empapado su melena pelirroja. Está asustada. No hay nadie por la calle, sólo ella y su miedo. Recuerda lo que ha oído sobre las otras chicas, jóvenes como ella, aparecieron muertas, con dos perforaciones en el cuello, mutiladas, y con una expresión en sus caras de profundo terror. Los forenses dictaminaron que fueron torturadas y mutiladas en vida. Posteriormente se les causó la muerte con un objeto punzante en el cuello.

Pero la gente sabe la verdad, aunque nadie se atreve a decirlo por el pánico que les produce el sólo hecho de oírse a sí mismos. Ha sido el Vampiro, el Señor de la noche, ella es su aliada, a él sirve. Es un ser inmortal, existe sin vida a través de los tiempos, alimentándose de la sangre de los humanos, jugando con ellos, disfrutando con su sufrimiento. Gobierna el mundo en las sombras.

La joven tiene la sensación de que alguien la observa. Su corazón palpita con fuerza, su respiración se vuelve agitada, se muerde el labio haciéndolo sangrar, todo su cuerpo se agita tembloroso. La sensación de sentirse observada se vuelve certeza para ella. Corre, su corazón se ha desbocado por el pánico, parece querer salir a través de su pecho. Apenas puede ya respirar, no por el esfuerzo físico, el miedo la ha hecho respirar tan apresuradamente que le duelen los pulmones. Siente un sabor ácido en su boca, no sabe su origen, no sabe que es el sabor del terror. Sus pupilas se dilatan, su cara se vuelve blanca como la nieve. Corre, llora aterrada. En su carrera tropieza y cae. Su mandíbula golpea brutalmente el suelo. Llorando levanta lentamente la cabeza.

Un rayo cae entonces iluminando en la oscuridad. Entonces lo ve, de pie a unos metros por delante de ella, mirándola con una mezcla de majestuosidad y profundo desprecio. Su larga capa negra ondea al viento huracanado. Sonríe con placer mirando a su futura víctima. Lentamente se acerca a ella. Ésta chilla aterrada, clavando sus llorosos ojos en los del monstruo. Agarra un crucifijo que porta al cuello en una cadena, lo dirige hacia delante. Entonces se da cuenta que no puede moverse, todos los músculos de su cuerpo están rígidos como una sólida piedra. Es el poder del maligno, piensa. Ha oído que éste paraliza a sus víctimas con su poder sobrenatural. Pero entonces se da cuenta, no es el Vampiro quien la ha paralizado, es su propio miedo. Ese es el poder del monstruo, infundir el terror en sus víctimas paralizándolas. El Señor de la noche esboza una sonrisa sádica mientras se acerca a su víctima. La proximidad del crucifijo parece quemarle la cara, pero disfruta en una especie de actitud masoquista.

La joven grita con todas sus fuerzas hasta perder la voz. Pero no es lo único que pierde. También desaparece su consciencia de la realidad. Ya no ve al Vampiro, ni siquiera sabe que está ahí. El terror inunda cada rincón de su mente. Esa es ahora toda su realidad, el terror. El monstruo lo sabe, lo ha visto muchas veces. Contempla a su víctima paralizada y enloquecida por el terror. El Vampiro ríe complacido. Su risa resuena ensordecedora en las profundidades de la noche. La torturará largo rato, la mutilará, y después la matará bebiéndose su sangre. Y gozará plenamente haciéndolo.


TERROR II

Una noche oscura y fría. Una joven apresura el paso hacia su casa. Es una chica alta, rubia, muy guapa. Lleva un portalienzos con pinturas hechas por ella misma. Su pasión siempre fue la pintura, aunque se dedicó a otra cosa por diversas circunstancias de la vida y ahora ha vuelto a coger los pinceles. Viene de una galería de arte, les ha gustado su trabajo, lo expondrán próximamente, pero ha estado allí más tiempo del que esperaba y se ha hecho tarde, ha anochecido. Corren rumores de muchas chicas muertas, corren rumores de monstruos en la noche, corren rumores…

Oye un bramido, gutural. Su corazón empieza a latir fuertemente. Ve moverse una sombra en la oscuridad. Gime asustada. Su respiración se vuelve más rápida. Sus ojos le escuecen, se han llenado de sangre inyectada por su miedo.

Entonces ve unos puntos rojos frente a ella. Una nube se desplaza dejando que los rayos del Sol que rebotan en la luna iluminen la calle. Entonces lo ve, los puntos rojos son las pupilas de un hombre alto. Sonríe sádicamente dejando entrever unos afilados colmillos. La joven chilla aterrada presa del pánico. El monstruo se divierte con el terror de la chica. El Señor de la noche conoce bien su poder, infundir terror a sus víctimas paralizándolas. Su propio miedo las deja como estatuas incapaces de escapar ni oponer resistencia. El Vampiro abre su boca y se dispone a morder a la joven cómodamente.

Pero ésta reacciona y golpea al monstruo en la cara con su portalienzos. No le ha producido dolor físico, pero el Vampiro no puede ocultar una cara que refleja una mezcla de sorpresa y frustración. En toda su existencia a lo largo de los siglos, jamás una víctima ha conseguido moverse en su presencia, mucho menos rebelarse contra él. La chica con su corazón a punto de estallar, grita de rabia. El terror la atenaza, es cierto, pero nunca se ha rendido ante ninguna dificultad en toda su corta vida. El terror se ha convertido en furia y ahora la desata.

El Señor de la noche chilla enloquecido, la frustración ha golpeado su orgullo, su seguridad en sí mismo desaparece. Su mente se nubla, ataca iracundo como el animal que es. Ni siquiera mira a su víctima, solo embiste. De repente un dolor en su pecho, baja la cabeza y entonces lo ve. Un pequeño pincel promocional de madera clavado en su corazón. Levanta la cabeza, mira a su asesina, la presa se convirtió en depredador. La cara del Vampiro refleja el más profundo terror. Solo conocía una cara de éste, el que infundía en sus víctimas. Pero ahora conoce la otra cara, sufre el terror, lo vive, es lo último que vive antes de morir envuelto en llamas.

La chica recoge su portalienzos aún asustada y se marcha corriendo del lugar. El Señor de la noche murió aterrorizado. Él fue su arma contra sí mismo, infundió el terror en su víctima que desató la furia que lo mató. Y antes de morir conoció… el terror.


EL MONSTRUO SIN OJOS


La chica de los ojos oscuros, una chica especial, con una esencia divina, pero con una terrible maldición. Sueña por las noches con monstruos sin ojos, le producen un pánico atroz, se despierta sudorosa, con el corazón desbocado, sin apenas poder respirar y temblando como un conejillo asustado.

Ha sido una mala noche, una noche de pesadillas, como otras veces. Está en el vestuario del gimnasio duchándose después de clase de gimnasia, una ducha conjunta donde con sus amigas habla de las odiosas fórmulas de interés simple, capitales equivalentes y vencimiento común, que tienen que estudiar para el examen de tesorería de mañana. Mientras se seca, se mira en el espejo, mira sus ojos, son oscuros, unos ojos preciosos, pero ella los preferiría de color esmeralda. Es la última en vestirse, ha estado pensativa, recordando la última pesadilla, parecía tan real.
Se encuentra sola en el vestuario, agarra su mochila para irse. Y entonces lo ve, delante de ella, es un monstruo sin ojos, como el de sus pesadillas, pero ella está despierta ahora. Un terrible grito ensordecedor suena en lo más hondo de su ser, pero sus cuerdas vocales no emiten sonido alguno. Permanece sumida por el terror, la pesadilla es real.
Corre con el pecho a punto de explotar. El monstruo la sigue, da pequeños pasos, pero es tan rápido como ella. No importa lo rápido que corra, él siempre se mantiene justo detrás. Siente su aliento en la nuca, un aliento helador, pero que al mismo tiempo quema como si fuera fuego del mismísimo infierno. Emite pequeños gruñidos, como un perro salido del averno. Le lanza la mochila, pero el monstruo la esquiva sin inmutarse. Mira hacia atrás aterrada, tropieza y cae. Llora en el suelo mientras el monstruo se acerca inexorablemente. No tiene ojos, pero parece ver, se fija en los ojos de ella. Entonces lo entiende, quiere sus ojos. De entre todas las chicas, quiere los suyos, el monstruo siempre quiere los más bonitos, no se conforma con otros.
Se detiene ante ella, alarga su mano, pero entonces la retira, como si se hubiera quemado. Otra vez la alarga y ahora chilla dolorido. Los ojos de la chica comienzan a brillar como una estrella en el firmamento. El monstruo empieza a arder, en pocos segundos está envuelto en llamas y finalmente queda reducido a cenizas.
La chica de los ojos oscuros, a través de los cuales se puede ver su alma brillante. El monstruo se había enamorado de sus ojos, pero la luz que salió a través de ellos desde su alma, consumió la oscuridad del monstruo.
La chica se levanta, ya no llora, ya nunca más tendrá pesadillas. Y ya nunca más deseará tener ojos de color esmeralda.


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