martes, 9 de octubre de 2007

Pesadilla Humorística


Recuerdo aquella fatídica mañana en la que mi vida cambió para siempre. Se disfrutaba un tiempo primaveral, muy agradable. Mi vida era perfecta, tenía un trabajo estupendo, una novia maravillosa con un cuerpo de modelo, todo me iba bien. Pero todo puede desvanecerse en apenas un instante.

Me levanté de la cama temprano para ir a trabajar como de costumbre. Después de ducharme me hice el desayuno, y cuando estaba a punto de saborearlo, lo oí, un grito desgarrador, mi novia chilló aterrorizada en el cuarto de baño. Me dirigí raudo a socorrerla con la mente llena de imágenes horrendas, toda clase de desgracias se pasaron por mi mente en pocos segundos.
Tiré la puerta abajo con el hombro, a pesar de que nunca cierra con pestillo, no estaba para sutilezas. Entonces la vi, llorando aterrada en el suelo. No era la mujer que había conocido, temblaba totalmente poseída por el terror. Encogida, intentando refugiarse en sí misma, parecía totalmente ida.

-Cariño. ¿Qué te pasa? –pregunté desconcertado mirando alrededor en busca de un posible peligro.

Entonces, lentamente levantó el dedo, y señalando hacia un lado gimió:

-He engordado un gramo.

Entonces vi que señalaba, una báscula de baño que se había comprado hacía apenas unos días. No pude contenerme, la alegría al comprobar que no había peligro alguno y la sorpresa al descubrir la causa que había provocado la situación, hicieron que estallara en una sonora carcajada. Ella se levantó y me dio un más sonoro todavía tortazo.

-Hemos terminado, eres un insensible –dijo mientras se marchaba llorando.

No salía de mi asombro. Pero se me hacía tarde y debía prepararme para ir al trabajo. Luego intentaría solucionarlo.

Cuando salí por la puerta hacia el ascensor, un vendedor me asaltó, le dije que no tenía tiempo sin importarme que vendía.

-Pero es que le ofrezco unas estupendas básculas de baño –replicó.

Le clavé una mirada fija y penetrante que provocó huyera asustado.

-Maldita casualidad –exclamé.

Bajé al garaje y entré en mi coche, un estupendo deportivo nuevecito que me había comprado dos meses antes. Entonces vi en mi limpiaparabrisas un folleto con un anuncio de la inauguración de una tienda. Leí: “Oferta especial básculas de baño al mejor precio”. Saqué el brazo por la ventanilla y arrugué el papel furioso. Mi corazón latía con mucha fuerza y tenía sudores fríos. Arranqué derrapando, y cuando apenas llevaba unos minutos de trayecto, una furgoneta de reparto chocó conmigo cuando ésta daba marcha atrás de forma antirreglamentaria invadiendo un cruce de vías. Sus puertas traseras se abrieron por el impacto, y su carga cayó sobre mi parabrisas delante de mis narices. Eran básculas de baño. Salí del coche enfurecido y le di un puñetazo al repartidor haciéndole perder el conocimiento. No pude contenerme, la visión de las básculas de baño me hizo perder el control. Seguí camino hacia mi trabajo, obviamente me fui sin cubrir los papeles de accidente, habiéndole pegado al repartidor, al final yo saldría perjudicado.

Ya por fin en la oficina, me senté tras mi escritorio, e intenté olvidarlo todo por unas horas. Entonces me avisaron que el jefe quería verme. Me dirigí a su despacho y le pregunté el motivo por el cual me había hecho llamar.

-Tenemos que hacer una reducción de personal –me dijo-. La empresa ha hecho una mala inversión y debemos hacer ciertos recortes. Lamentablemente tenemos que prescindir de algunas personas, y lógicamente les toca a los que llevan menos tiempo trabajando en la empresa, a los que llevan menos de tres años.

No podía creerlo. En apenas un par de horas mi vida se había ido al garete.

-No se preocupe –añadió-. Le daremos una compensación económica, y a título personal, le hago este pequeño regalo, espero que le guste, es lo último en tecnología.

Abrí el paquete. No podía ser. Una báscula de baño. Golpeé con ella a mi superior lanzándolo inconsciente sobre su escritorio. Salí despavorido de su despacho. Una vez en la calle pensé que no podía huir en mi coche, mi jefe me denunciaría en cuanto recobrase el conocimiento y lo buscarían. Debía obtener otro vehículo, así que me dirigí a un concesionario. Una vez allí adquirí un automóvil pequeño, pero rápido y poco llamativo. Pagué la entrada con mi tarjeta de crédito. Eso me daría tiempo a huir aunque la policía acabaría descubriendo la compra. Cuando me disponía a salir del concesionario con mi coche nuevo, el vendedor me dijo:

-Tenemos una oferta especial este mes, hacemos un regalo por la compra de un vehículo nuevo.
Al instante apareció increíblemente con una báscula de baño. Algo estalló en mí interior. Aceleré atropellando al comercial dejándole herido, y atravesé el enorme cristal que daba al exterior dándome a la fuga.

Aceleré a fondo presa del pánico, casi enloquecido. En mi agitada carrera me salté un semáforo, y para evitar atropellar a un peatón que apareció delante, di un volantazo que provocó me empotrara en una tienda de electrodomésticos. Atravesé el escaparate arrasando la tienda y mi coche se detuvo. Algo había traspasado el parabrisas golpeando mi cabeza. No podía creerlo, era una báscula de baño.
La policía apareció al poco tiempo. Tuve un juicio y me declararon desestabilizado emocionalmente, o sea, loco de atar. Debido a que no había provocado daños humanos graves, por fortuna ni siquiera al vendedor atropellado, me impusieron una condena menor en un sanatorio psiquiátrico. El psiquiatra que trata mi caso es un buen hombre, me ha convencido de que no existe ninguna conspiración con las básculas de baño, todo está en mi cabeza. Ahora trabajo en un taller con otros pacientes. Me gusta, soy feliz trabajando, me siento útil a la sociedad, de nuevo integrado en ella. Fabricamos básculas de baño.



1 comentario:

Andrea dijo...

jajajajaj muy buen texto! Para mí las básculas siempre han sido una pesadilla, suerte que soy comprensiva con mi pareja.

Saludos!

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