Recuerdo aquella fatídica
mañana en la que mi vida cambió para siempre. Se disfrutaba un tiempo
primaveral, muy agradable. Mi vida era perfecta, tenía un trabajo estupendo,
una novia maravillosa con un cuerpo de modelo, todo me iba bien. Pero todo
puede desvanecerse en apenas un instante.
Me levanté de la cama temprano para ir a
trabajar como de costumbre. Después de ducharme me hice el desayuno y cuando
estaba a punto de saborearlo, lo oí, un grito desgarrador, mi novia chilló
aterrorizada en el cuarto de baño. Me dirigí raudo a socorrerla con la mente
llena de imágenes horrendas, toda clase de desgracias se pasaron por mi mente
en pocos segundos.
Tiré la puerta abajo con el hombro, a
pesar de que nunca cierra con pestillo, no estaba para sutilezas. Entonces la
vi, llorando aterrada en el suelo. No era la mujer que había conocido, temblaba
totalmente poseída por el terror. Encogida, intentando refugiarse en sí misma,
parecía totalmente ida.
-Cariño. ¿Qué te pasa? –pregunté
desconcertado mirando alrededor en busca de un posible peligro.
Entonces, lentamente levantó el dedo y
señalando hacia un lado gimió:
-He engordado un gramo.
Entonces
vi que señalaba, una báscula de baño que se había comprado hacía apenas unos
días. No pude contenerme, la alegría al comprobar que no había peligro alguno y
la sorpresa al descubrir la causa que había provocado la situación, hicieron
que estallara en una sonora carcajada. Ella se levantó y me dio un más sonoro
todavía tortazo.
-Hemos terminado, eres un insensible
–dijo mientras se marchaba llorando.
No salía de mi asombro. Pero se me hacía
tarde y debía prepararme para ir al trabajo. Luego intentaría solucionarlo.
Cuando salí por la puerta hacia el
ascensor, un vendedor me asaltó, le dije que no tenía tiempo sin importarme que
vendía.
-Pero es que le ofrezco unas estupendas
básculas de baño –replicó.
Le clavé una mirada fija y penetrante que
provocó huyera asustado.
-Maldita casualidad –exclamé.
Bajé al garaje y entré en mi coche, un
estupendo deportivo nuevecito que me había comprado dos meses antes. Entonces
vi en mi limpiaparabrisas un folleto con un anuncio de la inauguración de una
tienda. Leí: “Oferta especial básculas de baño al mejor precio”. Saqué el brazo
por la ventanilla y arrugué el papel furioso. Mi corazón latía con mucha fuerza
y tenía sudores fríos. Arranqué derrapando, y cuando apenas llevaba unos
minutos de trayecto, una furgoneta de reparto chocó conmigo cuando ésta daba
marcha atrás de forma antirreglamentaria invadiendo un cruce de vías. Sus
puertas traseras se abrieron por el impacto y su carga cayó sobre mi parabrisas
delante de mis narices. Eran básculas de baño. Salí del coche enfurecido y le
di un puñetazo al repartidor haciéndole perder el conocimiento. No pude
contenerme, la visión de las básculas de baño me hizo perder el control. Seguí
camino hacia mi trabajo, obviamente me fui sin cubrir los papeles de accidente,
habiéndole pegado al repartidor, al final yo saldría perjudicado.
Ya por fin en la oficina, me senté tras
mi escritorio e intenté olvidarlo todo por unas horas. Entonces me avisaron que
el jefe quería verme. Me dirigí a su despacho y le pregunté el motivo por el
cual me había hecho llamar.
-Tenemos que hacer una reducción de
personal –me dijo-. La empresa ha hecho una mala inversión y debemos hacer
ciertos recortes. Lamentablemente tenemos que prescindir de algunas personas y,
lógicamente, les toca a los que llevan menos tiempo trabajando en la empresa, a
los que llevan menos de tres años.
No podía creerlo. En apenas un par de
horas mi vida se había ido al garete.
-No se preocupe –añadió-. Le daremos una
compensación económica y, a título personal, le hago este pequeño regalo,
espero que le guste, es lo último en tecnología.
Abrí el paquete. No podía ser. Una
báscula de baño. Golpeé con ella a mi superior lanzándolo inconsciente sobre su
escritorio. Salí despavorido de su despacho. Una vez en la calle pensé que no
podía huir en mi coche, mi jefe me denunciaría en cuanto recobrase el
conocimiento y lo buscarían. Debía obtener otro vehículo, así que me dirigí a
un concesionario. Una vez allí adquirí un automóvil pequeño, pero rápido y poco
llamativo. Pagué la entrada con mi tarjeta de crédito. Eso me daría tiempo a
huir aunque la policía acabaría descubriendo la compra. Cuando me disponía a
salir del concesionario con mi coche nuevo, el vendedor me dijo:
-Tenemos una oferta especial este mes,
hacemos un regalo por la compra de un vehículo nuevo.
Al instante apareció increíblemente con
una báscula de baño. Algo estalló en mí interior. Aceleré atropellando al
comercial dejándolo herido y atravesé el enorme cristal que daba al exterior
dándome a la fuga.
Pisé el acelerador a fondo presa del
pánico, casi enloquecido. En mi agitada carrera me salté un semáforo y, para
evitar atropellar a un peatón que apareció delante, di un volantazo que provocó
me empotrara en una tienda de electrodomésticos. Atravesé el escaparate
arrasando la tienda y mi coche se detuvo. Algo había traspasado el parabrisas
golpeando mi cabeza. No podía creerlo, era una báscula de baño.
La policía apareció al poco tiempo. Tuve un juicio y me declararon desestabilizado emocionalmente, o sea, loco de atar. Debido a que no había provocado daños humanos graves, por fortuna ni siquiera al vendedor atropellado, me impusieron una condena menor en un sanatorio psiquiátrico. El psiquiatra que trata mi caso es un buen hombre, me ha convencido de que no existe ninguna conspiración con las básculas de baño, todo está en mi cabeza. Ahora trabajo en un taller con otros pacientes. Me gusta, soy feliz trabajando, me siento útil a la sociedad, de nuevo integrado en ella. Fabricamos básculas de baño.
1 comentario:
jajajajaj muy buen texto! Para mí las básculas siempre han sido una pesadilla, suerte que soy comprensiva con mi pareja.
Saludos!
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