Una noche mientras dormía
me ocurrió algo increíble. Llevaría un par de horas dormido cuando sentí una
carga encima de mí, como si algo me aplastase contra la cama, intenté
despertarme, pero no podía, cosa extraña ya que tengo el sueño ligero y casi
cualquier cosa me despierta fácilmente. Me esforzaba en despertarme, mas no lo
conseguía, era como si algo controlase esa fase del sueño no dejándome escapar
de ella. Seguí sintiendo esa fuerza aplastándome, notaba como el colchón se
hundía por el peso extra. Luché por despertarme, pero era inútil, en sueños
grité de rabia, cada vez con más fuerza. De repente oí mi grito, mis cuerdas
vocales lo emitieron, conseguí que ese alarido pasase de la fase inconsciente a
la consciente, en ese momento me desperté por el fuerte rugido que produje, de
alguna manera traspasé esa barrera que separaba las citadas fases a través del
chillido y conseguí acceder a la consciencia que me era privada. Raudo y
totalmente despierto me dirigí al interruptor de la luz. Antes de encenderla vi
un destello rojo en la oscuridad, también me pareció oír un pequeño murmullo,
algo gutural.
Mi corazón latía apresuradamente, ya
estaba totalmente consciente y estaba seguro de no haber soñado ni el destello
ni el murmullo. Sentí una presencia en la habitación; y no era mi miedo. Miré a
todos lados, no vi nada. Al final desconcertado opté por dormirme de nuevo, yo
no creía en lo sobrenatural, así que no le di mayor importancia. Seguí
sintiendo la presencia, pero recurrí a mi mente coherente decidiendo que alguna
explicación lógica tendría todo eso, y la verdad importaba poco cual si asumía
que era racional y no espiritual, así que resolví intentar dormir de nuevo. Lo
conseguí al cabo de cierto tiempo.
Al poco volví a notar algo extraño, ya no
era un peso que me aplastase contra el colchón, ahora era algo que tiraba de
mí, sacándome de la cama y hundiéndome en el suelo, en una especie de
inframundo siniestro. Pero tenía la sensación de que dejaba mi cuerpo atrás, me
despojaban de él y me hundía en algo tenebroso. Otra vez no podía despertarme,
veía una cegadora luz roja y una pequeña sombra oscura que emitía un ruido
parecido al de un perro iracundo. Grité de nuevo, di un golpe al aire con el
puño hacia delante. Me desperté, no estaba en el suelo, estaba en mi cama, pero
la mano me dolía y no había la posibilidad de haber golpeado la pared ni nada,
pegué al aire hacia delante, me desperté justo en ese momento y el puño estaba
en el vacío. Estoy seguro de no haber golpeado nada físico. La mano me dolía
cada vez más, durante varios días tuve un pequeño moratón. Mi corazón latía
cada vez más fuerte, pero ahora era por la rabia, noté que mis músculos se
llenaban de una energía impresionante. Obviamente estaba produciendo una
ingente cantidad de adrenalina. Mis ojos se colmaron de sangre, lo sé porque me
picaban intensamente, mi pecho se agrandó por el aire que cogieron mis
pulmones, las venas de mis brazos se ensancharon, sentí que debía atacar, aunque
no sabía a qué. Fue una sensación extraña, algo primitivo, como una presa que
se siente acorralada y para defenderse se prepara a asestar un único golpe con
toda su fuerza. En ese momento sentí como si pudiera tirar la pared de un solo
puñetazo. Entonces la lámpara se movió en el techo, como si hubiera una
corriente de aire, pero todo estaba cerrado. Luego un sonido en los libros de
mi estantería. Y finalmente el silencio más absoluto. Dejé de sentir la
presencia.
Algo vino
a por mí una noche mientras dormía, lo sé. No sé qué era, ni cuales eran
exactamente sus intenciones. Pero sí sé una cosa. Volverá.
María duerme. Le ha costado
mucho hacerlo, el miedo y el estrés se lo impedían con tesón; tiene verdadero
pánico a quedarse dormida. Pero el cansancio finalmente la ha rendido. Padece
de insomnio desde hace tiempo, descansa poco, pero llega un momento cada noche
en que el agotamiento la vence debido a la falta de sueño y a la angustia
acumulada por él durante el día, aunque siempre vuelve a despertarse al poco de
cerrar los ojos, con horribles pesadillas, acumulando más fatiga y amargura.
De repente, siente algo ya cotidiano para
su desgracia. Su psicólogo le ha dicho que es precisamente debido a ese
cansancio acumulado, que se salta algunas fases del sueño y eso la hace soñar y
tener esas sensaciones, pero para ella son demasiado reales, y sólo al
despertarse encuentra paz, pero para caer de nuevo en la tortura del insomnio.
Su cuerpo se aplasta contra la cama, como si algo la
empujase. Nota como el colchón se hunde por su peso, como si este fuera mucho
mayor, y como se aprieta su cara contra la almohada. Tiene la necesidad de
despertarse, pero necesita dormir, así que intenta obviar lo que sueña como le
ha recomendado su psicólogo.
Entonces un destello rojo, acompañado de
un murmullo gutural. El terror la inunda, su corazón se acelera, suda. Podría
despertarse si quisiera porque, aun durmiendo, es consciente de lo que pasa, y
se ha despertado muchas veces en otras ocasiones, cuando la sensación de ahogo
y el horror quebraban sus nervios. Pero su psicólogo le recomendó que no lo
hiciera, solo son sueños inofensivos y ella debe dormir porque lo necesita como
cualquier ser humano. Su semblante se contornea por el espanto, pero opta por
intentar relajarse, no hacer caso de lo que siente; debe dormir.
Entonces la alucinación cambia. Ahora
nota como si una fuerza invisible la arrastrara hacia el suelo; tira de ella
arrancándola de la cama. Sabe que no es así, que sigue en su lecho, que solo es
un delirio. El suelo se abre, una intensa luz roja emerge de la grieta y la
ciega. Gira la cabeza hacia atrás para proteger sus ojos, esos que tiene
cerrados, pero sigue viendo, aun cuando no lo desea. Y entonces, ve su cuerpo
en la cama, ve su rostro deformado por el terror. Siente que se hunde, que está
abandonando su cuerpo y su alma se desploma en un abismo de un rojo infernal,
en una especie de inframundo siniestro.
Lucha por despertarse, pero ahora no
puede. Es como si algo se lo impidiese de alguna manera; percibe, nota, que la
consciencia está ahí al lado, pero no puede acceder a ella. Llora de
impotencia, su corazón late desbocado, su respiración es tan excitada que
siente como si sus doloridos pulmones fuesen a estallar. Entonces ve cientos de
manos que se acercan a ella. No… es ella la que se acerca a las manos. Oye
alaridos iracundos, las manos quieren atraparla, quieren hacerle daño.
Finalmente, grita aterrada, su corazón golpea tan fuertemente su pecho que
parece capaz de atravesarlo y salir disparado al exterior.
Entonces lo ve. Las manos no quieren
atraparla; las voces gritan, pero no execraciones, sino súplicas. Le están
pidiendo ayuda, quieren que ella las libere de su tormento, que las saque de lo
que parece el infierno. María alarga su brazo de forma inconsciente para ayudar
sin saber cómo. Roza apenas una de las manos y entonces siente como si hubiera
metido la suya en una hoguera, una quemazón horrible la obliga a retirarla. Y
ve horrores sin igual, como si con ese leve contacto, toda una vida de
vejaciones, dolor y martirios sin precedentes se hubieran transmitido a su
mente.
Contempla las caras de los condenados,
como lloran y suplican. Una sombra demoníaca y alada se acerca volando a ella.
No puede soportarlo más, grita como nunca lo hizo, una mezcla de ira y pánico.
Siente como le duele la garganta, como pierde la voz, sus cuerdas vocales a
punto de romperse, pero sigue chillando. Observa impotente como la sombra se
acerca cada vez más a ella inexorablemente… Entonces su visión se distorsiona.
Siente un fuerte envión que la regresa
violentamente a su cuerpo; oye su grito y se despierta. Su propio alarido la ha
despertado. Abre los ojos, se incorpora sentándose en la cama y mira al suelo.
No ve agujero ni luz alguna. Mira su mano, no tiene marcas, pero aún le duele
la quemazón y recuerda las terribles imágenes que visualizó.
Se levanta llorando, se arranca a tirones
la blusa con la que dormía, quedándose totalmente desnuda. Loca de rabia,
arroja los jirones lejos de sí y se abraza, compungida, llorando y gimiendo,
temblando, y siente que su piel está ardiendo. Instintivamente, corre a la
ducha, se quiebra bajo el agua helada, se desmorona y cae llorando de rodillas.
Solo fue una pesadilla, pero era demasiado real, incluso aún le duele la mano.
¿Y si no fue un sueño? Sí que lo fue.
Siente ganas de acabar con su vida, ya no
puede más, está harta de vivir, el insomnio convierte su miserable existencia
en una tortura continua. Angustia, ansiedad, amargura, odio, ya no sabe lo que
siente, es un torbellino de sensaciones nefastas. Piensa que se está volviendo
loca. Sale de la ducha, corre desnuda y mojada hacia la mesa donde había
cenado, y toma el cuchillo que había utilizado, dispuesta a quitarse la vida.
Se dispone a atravesarse el corazón, apoya el frío metal en su piel, y la punta
atraviesa apenas la primera capa de la piel dolorosamente. El pinchazo la hace
retroceder, pero no queriendo sucumbir ante la duda, vuelve a posicionarlo
contra su pecho, armándose de coraje. No puede controlar el temblor de su
cuerpo, ni los sollozos que escapan de sus labios… Entonces, algo cambia en su
interior de repente, el miedo y la depresión se tornan en una furia inusitada,
no quiere hacerlo; no va a dejarse ganar.
Ya no llora, se alza estirando su cuerpo
llena de ira. Regresa al cuarto de baño, contempla su semblante en el espejo,
sus ojos coléricos, mira su seno y unas gotas de sangre resbalando desde él
hasta su vientre. Vuelve a entrar en la ducha despacio, el agua se tiñe de rojo
limpiando su sangre. Mira hacia arriba, con el agua golpeando su rostro. Una
súbita energía la recorre, a pesar de estar exhausta y no haber dormido. Siente
que podría afrontar casi cualquier cosa. La adrenalina vigoriza sus músculos de
una forma increíble, está demasiado furiosa.
Sale de la ducha y seca su cuerpo. Se
sienta en un pequeño sofá. Esta noche no dormirá más, pero descansará lo que
pueda.
Algo tras
la ventana la observa, una figura alada y diabólica. Lo que podría llamarse su
cara se contornea por la frustración, sus ojos irradian un odio mefistofélico.
Sin más se sumerge volando en la oscuridad de la noche.