miércoles, 21 de noviembre de 2018

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domingo, 27 de mayo de 2018

Canal YouTube

   En este Canal de YouTube, se muestran unos videos con audios radiofónicos y otros, sobre algunos de mis textos:

https://www.youtube.com/@tiempodeescribir-joseagf

viernes, 22 de enero de 2010

Naturaleza Humana: Apocalipsis


He dedicado un blog exclusivo, por su extensión, a un Ensayo - Ficción que escribí hace unos años:


Un ser sobrenatural relata los motivos y consecuencias de la guerra mundial nuclear, el fin del mundo debido a la naturaleza humana. En esta historia el ser inmortal ha sobrevivido y reflexiona minuciosamente sobre el bagaje emocional inherente al ser humano a lo largo de los siglos, el cual finalmente provocó el Armagedón. Cuenta asimismo las consecuencias devastadoras de la hecatombe.

domingo, 5 de octubre de 2008

Pasión

Una ardiente pasión recorre cada recodo de mi cuerpo, incontenible somete todo mi ser. Tu mirada fulgurante, amada mía, me ciega como la luz de una supernova en el firmamento antes de que mi alma sea absorbida por tus preciosos ojos. Tu melodiosa voz, cual canto de una sirena, enturbia mi razón imposibilitando cualquier fugaz pensamiento en el que tú no te muestres. Tu tierna sonrisa logra desbocar mi corazón hasta oírlo martilleando mis sienes. La brisa sopla y tu sedoso cabello navega suavemente en ella. Tu presencia desasosiega a este pobre mortal al contemplar extasiado esa belleza cuya perfección rivaliza con la de una diosa. Mi vida es un mísero presente para ti, más sin embargo te pertenece incondicionalmente.

La visión de tus esculturales curvas inunda mi cuerpo de una energía tal que puede demoler montañas. Cada pelo de mi cuerpo se endereza para poder estar más cerca de ti. Mis músculos vigorizados y tensos como los de un semental, se llenan de sangre ensanchando las venas hasta el límite. La pasión tiene un sabor dulce en mi boca y mis labios se aprietan para confinarla. Mis ojos se entrecierran pues el deseo es tal que logra irritarlos. Gimes gozosamente ante mí, sabiendo que muy pronto no podrás hacerlo más, pues tus fuerzas se extinguirán por el sumo placer. Gritas mi nombre antes de quedarte afónica de satisfacción. Nos fundimos con frenesí hasta convertirnos en uno. Antes yo era tuyo, ahora soy una pequeña y humilde parte de ti.

viernes, 12 de octubre de 2007

Escribo, luego Existo

En el mar en calma de la animosidad azota el viento huracanado de la incertidumbre. El conocimiento es abatido por las olas encrespadas de la incredulidad. La tempestad arrecia enfurecida en la vasta llanura de la confianza. El poseído mar embravecido la inunda sumergiéndola en la más profunda de las inseguridades. Destino incierto le aguarda a la una vez floreciente y frondosa confianza. La racionalidad ha sido apresada por la fuerza abrumadora de los sentimientos conquistados por la vorágine tempestiva.

El rey lo observa majestuosamente erguido con mirada desafiante y sus cuatro pies firmemente clavados en la una vez fértil tierra. Un terrible ciclón lo golpea, su melena ondea con fiereza por la impetuosa tormenta, más con tesón mantiene su gallarda realeza. Un fuerte rugido sale con bravura de lo más profundo de su alma penetrando ensordecedor en cada rincón del terreno atacado por la irascible tempestad.

Las recias cadenas se rompen, la racionalidad es libre de nuevo. Estalla en una devastadora explosión luminosa solamente comparable a la muerte de una estrella en el firmamento. La balanza oscila, finalmente se decanta.

La en principio imbatible tempestad cesa derrotada y el agua marina se retira de nuevo animosa. Los rayos del Sol de la amistad se reflejan en los claros ojos del rey secando la extensa llanura. La verdad se revela cegadora.

En innumerables ocasiones a lo largo y en distintos niveles de la existencia se ha perdido de vista la esencia. Desamparada fue ocultada a la racionalidad. Y sin esencia en sus diferentes ámbitos, la existencia se vio maltrecha y mermada a merced de los imponderables de la vida. El grito del rey fue la chispa que detonó la explosión de verdad en una profunda y compleja reflexión sobre la esencia en todos sus estadios.

Absurdo es aquel que no cree en sí mismo, más quien ni siquiera se conoce es un necio.

Es Tiempo de Escribir, pues forma parte de la esencia. La máxima se ha revelado, Escribo, luego Existo.

jueves, 11 de octubre de 2007

2 relatos: Una noche mientras dormía / Cuando el infierno reclama tu alma


UNA NOCHE MIENTRAS DORMÍA

Una noche mientras dormía me ocurrió algo increíble. Llevaría un par de horas dormido cuando sentí una carga encima de mí, como si algo me aplastase contra la cama, intenté despertarme pero no podía, cosa extraña ya que tengo el sueño ligero y casi cualquier cosa me despierta fácilmente. Me esforzaba en despertarme pero no lo conseguía, era como si algo controlase esa fase del sueño no dejándome escapar de ella. Seguí sintiendo esa fuerza aplastándome, notaba como el colchón se hundía por el peso extra. Luché por despertarme pero era inútil, en sueños grité de rabia, cada vez con más fuerza. De repente oí mi grito, mis cuerdas vocales lo emitieron, conseguí que ese alarido pasase de la fase inconsciente a la consciente, en ese momento me desperté por el fuerte rugido que produje, de alguna manera traspasé esa barrera que separaba las citadas fases a través del chillido y conseguí acceder a la consciencia que me era privada. Raudo y totalmente despierto me dirigí al interruptor de la luz. Antes de encenderla vi un destello rojo en la oscuridad, también me pareció oír un pequeño murmullo, algo gutural.

Mi corazón latía apresuradamente, ya estaba totalmente consciente, y estaba seguro de no haber soñado ni el destello ni el murmullo. Sentí una presencia en la habitación, y no era mi miedo. Miré a todos lados, no vi nada. Al final desconcertado opté por dormirme de nuevo, yo no creía en lo sobrenatural, así que no le di mayor importancia. Seguí sintiendo la presencia, pero recurrí a mi mente científica decidiendo que alguna explicación lógica tendría todo eso, y la verdad importaba poco cual si asumía que era racional y no espiritual, así que resolví intentar dormir de nuevo. Lo conseguí al cabo de cierto tiempo.

Al poco volví a notar algo extraño, ya no era un peso que me aplastase contra el colchón, ahora era algo que tiraba de mí, sacándome de la cama y hundiéndome en el suelo, en una especie de inframundo siniestro. Pero tenía la sensación de que dejaba mi cuerpo atrás, me despojaban de él y me hundía en algo tenebroso. Otra vez no podía despertarme, veía una cegadora luz roja y una pequeña sombra oscura que emitía un ruido parecido al de un perro iracundo. Grité de nuevo, di un golpe al aire con el puño hacia delante. Me desperté, no estaba en el suelo, estaba en mi cama, pero la mano me dolía, y no había la posibilidad de haber golpeado la pared ni nada, pegué al aire hacia delante, me desperté justo en ese momento, y el puño estaba en el vacío. Estoy seguro de no haber golpeado nada físico. La mano me dolía cada vez más, durante varios días tuve un pequeño moratón. Mi corazón latía cada vez más fuerte, pero ahora era por la rabia, noté que mis músculos se llenaban de una energía impresionante. Obviamente estaba produciendo una ingente cantidad de adrenalina. Mis ojos se colmaron de sangre, lo sé porque me picaban intensamente, mi pecho se agrandó por el aire que cogieron mis pulmones, las venas de mis brazos se ensancharon, sentí que debía atacar aunque no sabía a qué. Fue una sensación extraña, algo primitivo, como una presa que se siente acorralada y para defenderse se prepara a asestar un único golpe con toda su fuerza. En ese momento sentí como si pudiera tirar la pared de un solo puñetazo. Entonces la lámpara se movió en el techo, como si hubiera una corriente de aire, pero todo estaba cerrado. Luego un sonido en los libros de mi estantería. Y finalmente el silencio más absoluto. Dejé de sentir la presencia.

Algo vino a por mí una noche mientras dormía, lo sé. No sé qué era, ni cuales eran exactamente sus intenciones. Pero sí sé una cosa. Volverá.
 
CUANDO EL INFIERNO RECLAMA TU ALMA

María duerme. Le ha costado mucho hacerlo, el miedo y el estrés se lo impedían con tesón; tiene verdadero pánico a quedarse dormida. Pero el cansancio finalmente la ha rendido. Padece de insomnio desde hace tiempo, descansa poco, pero llega un momento cada noche en que el agotamiento la vence debido a la falta de sueño y a la angustia acumulada por él durante el día, aunque siempre vuelve a despertarse al poco de cerrar los ojos, con horribles pesadillas, acumulando más fatiga y amargura.

De repente, siente algo ya cotidiano para su desgracia. Su psicólogo le ha dicho que es precisamente debido a ese cansancio acumulado, que se salta algunas fases del sueño y eso la hace soñar y tener esas sensaciones, pero para ella son demasiado reales, y sólo al despertarse encuentra paz, pero para caer de nuevo en la tortura del insomnio.

Su cuerpo se aplasta contra la cama, como si algo la empujase, nota como el colchón se hunde por su peso, como si éste fuera mucho mayor; y como se aprieta su cara contra la almohada. Tiene la necesidad de despertarse, pero necesita dormir, así que intenta obviar lo que sueña como le ha recomendado su psicólogo.

Entonces un destello rojo, acompañado de un murmullo gutural. El terror la inunda, su corazón se acelera, suda. Podría despertarse si quisiera porque, aun durmiendo, es consciente de lo que pasa, y se ha despertado muchas veces en otras ocasiones, cuando la sensación de ahogo y el horror quebraban sus nervios. Pero su psicólogo le recomendó que no lo hiciera, sólo son sueños inofensivos y ella debe dormir porque lo necesita como cualquier ser humano. Su semblante se contornea por el espanto pero opta por intentar relajarse, no hacer caso de lo que siente; debe dormir.

Entonces la alucinación cambia. Ahora nota como si una fuerza invisible la arrastrara hacia el suelo; tira de ella arrancándola de la cama. Sabe que no es así, que sigue en su lecho, que sólo es un delirio. El suelo se abre, una intensa luz roja emerge de la grieta y la ciega. Gira la cabeza hacia atrás para proteger sus ojos, esos que tiene cerrados, pero sigue viendo, aun cuando no lo desea. Y entonces, ve su cuerpo en la cama, ve su rostro deformado por el terror. Siente que se hunde, que está abandonando su cuerpo y su alma se desploma en un abismo de un rojo infernal, en una especie de inframundo siniestro.

Lucha por despertarse, pero ahora no puede. Es como si algo se lo impidiese de alguna manera; percibe, nota, que la consciencia está ahí al lado, pero no puede acceder a ella. Llora de impotencia, su corazón late desbocado, su respiración es tan excitada que siente como si sus doloridos pulmones fuesen a estallar. Entonces ve cientos de manos que se acercan a ella. No… es ella la que se acerca a las manos. Oye alaridos iracundos, las manos quieren atraparla, quieren hacerle daño. Finalmente, grita aterrada, su corazón golpea tan fuertemente su pecho que parece capaz de atravesarlo y salir disparado al exterior.

Entonces, lo ve. Las manos no quieren atraparla; las voces gritan, pero no execraciones, sino súplicas. Le están pidiendo ayuda, quieren que ella las libere de su tormento, que las saque de lo que parece el infierno. María alarga su brazo de forma inconsciente para ayudar sin saber cómo. Roza apenas una de las manos y entonces siente como si hubiera metido la suya en una hoguera, una quemazón horrible la obliga a retirarla. Y ve horrores sin igual, como si con ese leve contacto, toda una vida de vejaciones, dolor y martirios sin precedentes se hubieran transmitido a su mente.

Contempla las caras de los condenados, como lloran y suplican. Una sombra demoníaca y alada se acerca volando a ella. No puede soportarlo más, grita como nunca lo hizo, una mezcla de ira y pánico. Siente como le duele la garganta, como pierde la voz, sus cuerdas vocales a punto de romperse, pero sigue chillando. Observa impotente como la sombra se acerca cada vez más a ella inexorablemente… Entonces su visión se distorsiona.

Siente un fuerte envión que la regresa violentamente a su cuerpo; oye su grito y se despierta. Su propio alarido la ha despertado. Abre los ojos, se incorpora sentándose en la cama y mira al suelo. No ve agujero ni luz alguna. Mira su mano, no tiene marcas pero aún le duele la quemazón y recuerda las terribles imágenes que visualizó.

Se levanta llorando, se arranca a tirones la blusa con la que dormía, quedándose totalmente desnuda. Loca de rabia, arroja los jirones lejos de sí y se abraza, compungida, llorando y gimiendo, temblando, y siente que su piel está ardiendo. Instintivamente, corre a la ducha, se quiebra bajo el agua helada, se desmorona y cae llorando de rodillas. Sólo fue una pesadilla, pero era demasiado real, incluso aún le duele la mano. ¿Y si no fue un sueño? Sí que lo fue.

Siente ganas de acabar con su vida, ya no puede más, está harta de vivir, el insomnio convierte su miserable existencia en una tortura continua. Angustia, ansiedad, amargura, odio, ya no sabe lo que siente, es un torbellino de sensaciones nefastas. Piensa que se está volviendo loca. Sale de la ducha, corre desnuda y mojada hacia la mesa donde había cenado, y toma el cuchillo que había utilizado, dispuesta a quitarse la vida. Se dispone a atravesarse el corazón, apoya el frío metal en su piel, y la punta atraviesa apenas la primera capa de la piel dolorosamente. El pinchazo la hace retroceder, pero no queriendo sucumbir ante la duda, vuelve a posicionarlo contra su pecho, armándose de coraje. No puede controlar el temblor de su cuerpo, ni los sollozos que escapan de sus labios… Entonces, algo cambia en su interior de repente, el miedo y la depresión se tornan en una furia inusitada, no quiere hacerlo; no va a dejarse ganar.

Ya no llora, se alza estirando su cuerpo llena de ira. Regresa al cuarto de baño, contempla su semblante en el espejo, sus ojos coléricos, mira su seno y unas gotas de sangre resbalando desde él hasta su vientre. Vuelve a entrar en la ducha despacio, el agua se tiñe de rojo limpiando su sangre. Mira hacia arriba, con el agua golpeando su rostro. Una súbita energía la recorre, a pesar de estar exhausta y no haber dormido. Siente que podría afrontar casi cualquier cosa. La adrenalina vigoriza sus músculos de una forma increíble, está demasiado furiosa.

Sale de la ducha y seca su cuerpo. Se sienta en un pequeño sofá. Esta noche no dormirá más, pero descansará lo que pueda.

Algo tras la ventana la observa, una figura alada y diabólica. Lo que podría llamarse su cara se contornea por la frustración, sus ojos irradian un odio mefistofélico. Sin más se sumerge volando en la oscuridad de la noche.

 

miércoles, 10 de octubre de 2007

Clínicamente muerto, emocionalmente muerto

Abro los ojos, el dolor sacude mi cuerpo. Veo médicos y enfermeros a mi alrededor, estoy en una camilla que es empujada rápidamente. No sé cómo he llegado aquí, lo último que recuerdo es un camión que invadió mi carril y se dirigía hacia mi coche. Me duele mucho, apenas puedo pensar. Entramos en un quirófano, todos están demasiado nerviosos, mala señal. Me enchufan unos cables, no soy demasiado consciente de ello, todos bailan en torno a mí sin parar, no puedo oír con claridad lo que dicen. De repente, un dolor indescriptible. ¿Me muero? No veo la luz, la gente habla de una luz y de un túnel, yo sólo veo una creciente oscuridad que avanza inexorablemente hacia mí hasta que acaba engulléndome. No me importa, ha llegado mi hora. ¿Para qué luchar? Tampoco se puede decir que en los últimos años haya tenido una vida a echar de menos. Todo se apaga.

Abro los ojos, no siento nada. Veo los médicos entristecidos. Ahora oigo claramente las palabras: “Está clínicamente muerto”. Pero, ¿qué dice? Estoy aquí. Y entonces lo veo, inerte sobre una camilla, es mi cuerpo. ¿Qué está pasando? Lo veo desde arriba, floto sobre mi cuerpo. Elevo mis manos a la altura de los ojos para verlas, pero no tengo manos, no tengo ojos. ¿Cómo puedo ver? No tengo cuerpo. ¿Cómo puedo oír? ¿Qué soy? ¿Alma? El único sentimiento que tengo es que no soy capaz de sentir. También oí que en la muerte no sentimos y por eso somos felices. Me doy cuenta, lo supe pero no quise aceptarlo, estoy muerto. ¿Pero por qué lo lamento? Hace un momento cuando estaba vivo no me importaba morir. Pero no soy feliz sin sentimientos, quizá dentro de una eternidad cuando ya no recuerde cómo son, pero ahora no. Han mentido, no soy feliz. Entonces me doy cuenta, en los últimos años he sido un muerto en vida, emocionalmente muerto, sin sentimientos, y no me importó, también lo supe y no quise aceptarlo. Por eso quizá no lamenté morir. Pero ahora estoy muerto y quiero, necesito esos sentimientos que no tenía en vida. Quiero vivir, una segunda oportunidad, aprovechar la vida, no matarla con penas amargas que consumen todo sentimiento hasta que no se es capaz de sentir ni tristeza. Pero, no puedo estar muerto, todo esto que bulle por mi mente, porque al menos ser pensante sigo siendo aunque no material, son sentimientos, incluso cuando solo sentía que no era capaz de sentir, eso era un sentimiento. En la muerte, no los hay, eso dicen. ¿Pero quién ha vuelto de la muerte para confirmarlo? Me da igual, yo quiero vivir, siento unas ganas de vivir cómo no he sentido nunca. La rabia me posee, una rabia desmesurada cómo jamás había experimentado. Entonces lo oigo: “Un golpe de adrenalina”. Los médicos vuelven a abalanzarse sobre mí. Al instante siguiente sigo viendo, pero no me veo a mí, veo los focos del techo del quirófano, siento dolor atenuado por los calmantes, estoy vivo. Otra vez no oigo de forma clara lo que dicen, pero dejan de bailar a mi alrededor, y se dan la mano unos a otros sonrientes. Viviré, y mi vida otra vez no malgastaré, pues nunca más un muerto en vida seré. Ahora en paz dormiré, y mañana despertaré. Todo se apaga.

 

martes, 9 de octubre de 2007

Pesadilla Humorística


Recuerdo aquella fatídica mañana en la que mi vida cambió para siempre. Se disfrutaba un tiempo primaveral, muy agradable. Mi vida era perfecta, tenía un trabajo estupendo, una novia maravillosa con un cuerpo de modelo, todo me iba bien. Pero todo puede desvanecerse en apenas un instante.

Me levanté de la cama temprano para ir a trabajar como de costumbre. Después de ducharme me hice el desayuno, y cuando estaba a punto de saborearlo, lo oí, un grito desgarrador, mi novia chilló aterrorizada en el cuarto de baño. Me dirigí raudo a socorrerla con la mente llena de imágenes horrendas, toda clase de desgracias se pasaron por mi mente en pocos segundos.
Tiré la puerta abajo con el hombro, a pesar de que nunca cierra con pestillo, no estaba para sutilezas. Entonces la vi, llorando aterrada en el suelo. No era la mujer que había conocido, temblaba totalmente poseída por el terror. Encogida, intentando refugiarse en sí misma, parecía totalmente ida.

-Cariño. ¿Qué te pasa? –pregunté desconcertado mirando alrededor en busca de un posible peligro.

Entonces, lentamente levantó el dedo, y señalando hacia un lado gimió:

-He engordado un gramo.

Entonces vi que señalaba, una báscula de baño que se había comprado hacía apenas unos días. No pude contenerme, la alegría al comprobar que no había peligro alguno y la sorpresa al descubrir la causa que había provocado la situación, hicieron que estallara en una sonora carcajada. Ella se levantó y me dio un más sonoro todavía tortazo.

-Hemos terminado, eres un insensible –dijo mientras se marchaba llorando.

No salía de mi asombro. Pero se me hacía tarde y debía prepararme para ir al trabajo. Luego intentaría solucionarlo.

Cuando salí por la puerta hacia el ascensor, un vendedor me asaltó, le dije que no tenía tiempo sin importarme que vendía.

-Pero es que le ofrezco unas estupendas básculas de baño –replicó.

Le clavé una mirada fija y penetrante que provocó huyera asustado.

-Maldita casualidad –exclamé.

Bajé al garaje y entré en mi coche, un estupendo deportivo nuevecito que me había comprado dos meses antes. Entonces vi en mi limpiaparabrisas un folleto con un anuncio de la inauguración de una tienda. Leí: “Oferta especial básculas de baño al mejor precio”. Saqué el brazo por la ventanilla y arrugué el papel furioso. Mi corazón latía con mucha fuerza y tenía sudores fríos. Arranqué derrapando, y cuando apenas llevaba unos minutos de trayecto, una furgoneta de reparto chocó conmigo cuando ésta daba marcha atrás de forma antirreglamentaria invadiendo un cruce de vías. Sus puertas traseras se abrieron por el impacto, y su carga cayó sobre mi parabrisas delante de mis narices. Eran básculas de baño. Salí del coche enfurecido y le di un puñetazo al repartidor haciéndole perder el conocimiento. No pude contenerme, la visión de las básculas de baño me hizo perder el control. Seguí camino hacia mi trabajo, obviamente me fui sin cubrir los papeles de accidente, habiéndole pegado al repartidor, al final yo saldría perjudicado.

Ya por fin en la oficina, me senté tras mi escritorio, e intenté olvidarlo todo por unas horas. Entonces me avisaron que el jefe quería verme. Me dirigí a su despacho y le pregunté el motivo por el cual me había hecho llamar.

-Tenemos que hacer una reducción de personal –me dijo-. La empresa ha hecho una mala inversión y debemos hacer ciertos recortes. Lamentablemente tenemos que prescindir de algunas personas, y lógicamente les toca a los que llevan menos tiempo trabajando en la empresa, a los que llevan menos de tres años.

No podía creerlo. En apenas un par de horas mi vida se había ido al garete.

-No se preocupe –añadió-. Le daremos una compensación económica, y a título personal, le hago este pequeño regalo, espero que le guste, es lo último en tecnología.

Abrí el paquete. No podía ser. Una báscula de baño. Golpeé con ella a mi superior lanzándolo inconsciente sobre su escritorio. Salí despavorido de su despacho. Una vez en la calle pensé que no podía huir en mi coche, mi jefe me denunciaría en cuanto recobrase el conocimiento y lo buscarían. Debía obtener otro vehículo, así que me dirigí a un concesionario. Una vez allí adquirí un automóvil pequeño, pero rápido y poco llamativo. Pagué la entrada con mi tarjeta de crédito. Eso me daría tiempo a huir aunque la policía acabaría descubriendo la compra. Cuando me disponía a salir del concesionario con mi coche nuevo, el vendedor me dijo:

-Tenemos una oferta especial este mes, hacemos un regalo por la compra de un vehículo nuevo.
Al instante apareció increíblemente con una báscula de baño. Algo estalló en mí interior. Aceleré atropellando al comercial dejándole herido, y atravesé el enorme cristal que daba al exterior dándome a la fuga.

Aceleré a fondo presa del pánico, casi enloquecido. En mi agitada carrera me salté un semáforo, y para evitar atropellar a un peatón que apareció delante, di un volantazo que provocó me empotrara en una tienda de electrodomésticos. Atravesé el escaparate arrasando la tienda y mi coche se detuvo. Algo había traspasado el parabrisas golpeando mi cabeza. No podía creerlo, era una báscula de baño.
La policía apareció al poco tiempo. Tuve un juicio y me declararon desestabilizado emocionalmente, o sea, loco de atar. Debido a que no había provocado daños humanos graves, por fortuna ni siquiera al vendedor atropellado, me impusieron una condena menor en un sanatorio psiquiátrico. El psiquiatra que trata mi caso es un buen hombre, me ha convencido de que no existe ninguna conspiración con las básculas de baño, todo está en mi cabeza. Ahora trabajo en un taller con otros pacientes. Me gusta, soy feliz trabajando, me siento útil a la sociedad, de nuevo integrado en ella. Fabricamos básculas de baño.



lunes, 8 de octubre de 2007

3 relatos: Terror / Terror 2 / El monstruo sin ojos


TERROR

Es de noche. Una noche oscura y tormentosa. La lluvia arrecia fuertemente. Una chica camina de forma apresurada, sin paraguas, protegida con un largo abrigo rojo. El agua ha empapado su melena pelirroja. Está asustada. No hay nadie por la calle, sólo ella y su miedo. Recuerda lo que ha oído sobre las otras chicas, jóvenes como ella, aparecieron muertas, con dos perforaciones en el cuello, mutiladas, y con una expresión en sus caras de profundo terror. Los forenses dictaminaron que fueron torturadas y mutiladas en vida. Posteriormente se les causó la muerte con un objeto punzante en el cuello.

Pero la gente sabe la verdad, aunque nadie se atreve a decirlo por el pánico que les produce el sólo hecho de oírse a sí mismos. Ha sido el Vampiro, el Señor de la noche, ella es su aliada, a él sirve. Es un ser inmortal, existe sin vida a través de los tiempos, alimentándose de la sangre de los humanos, jugando con ellos, disfrutando con su sufrimiento. Gobierna el mundo en las sombras.

La joven tiene la sensación de que alguien la observa. Su corazón palpita con fuerza, su respiración se vuelve agitada, se muerde el labio haciéndolo sangrar, todo su cuerpo se agita tembloroso. La sensación de sentirse observada se vuelve certeza para ella. Corre, su corazón se ha desbocado por el pánico, parece querer salir a través de su pecho. Apenas puede ya respirar, no por el esfuerzo físico, el miedo la ha hecho respirar tan apresuradamente que le duelen los pulmones. Siente un sabor ácido en su boca, no sabe su origen, no sabe que es el sabor del terror. Sus pupilas se dilatan, su cara se vuelve blanca como la nieve. Corre, llora aterrada. En su carrera tropieza y cae. Su mandíbula golpea brutalmente el suelo. Llorando levanta lentamente la cabeza.

Un rayo cae entonces iluminando en la oscuridad. Entonces lo ve, de pie a unos metros por delante de ella, mirándola con una mezcla de majestuosidad y profundo desprecio. Su larga capa negra ondea al viento huracanado. Sonríe con placer mirando a su futura víctima. Lentamente se acerca a ella. Ésta chilla aterrada, clavando sus llorosos ojos en los del monstruo. Agarra un crucifijo que porta al cuello en una cadena, lo dirige hacia delante. Entonces se da cuenta que no puede moverse, todos los músculos de su cuerpo están rígidos como una sólida piedra. Es el poder del maligno, piensa. Ha oído que éste paraliza a sus víctimas con su poder sobrenatural. Pero entonces se da cuenta, no es el Vampiro quien la ha paralizado, es su propio miedo. Ese es el poder del monstruo, infundir el terror en sus víctimas paralizándolas. El Señor de la noche esboza una sonrisa sádica mientras se acerca a su víctima. La proximidad del crucifijo parece quemarle la cara, pero disfruta en una especie de actitud masoquista.

La joven grita con todas sus fuerzas hasta perder la voz. Pero no es lo único que pierde. También desaparece su consciencia de la realidad. Ya no ve al Vampiro, ni siquiera sabe que está ahí. El terror inunda cada rincón de su mente. Esa es ahora toda su realidad, el terror. El monstruo lo sabe, lo ha visto muchas veces. Contempla a su víctima paralizada y enloquecida por el terror. El Vampiro ríe complacido. Su risa resuena ensordecedora en las profundidades de la noche. La torturará largo rato, la mutilará, y después la matará bebiéndose su sangre. Y gozará plenamente haciéndolo.


TERROR II

Una noche oscura y fría. Una joven apresura el paso hacia su casa. Es una chica alta, rubia, muy guapa. Lleva un portalienzos con pinturas hechas por ella misma. Su pasión siempre fue la pintura, aunque se dedicó a otra cosa por diversas circunstancias de la vida y ahora ha vuelto a coger los pinceles. Viene de una galería de arte, les ha gustado su trabajo, lo expondrán próximamente, pero ha estado allí más tiempo del que esperaba y se ha hecho tarde, ha anochecido. Corren rumores de muchas chicas muertas, corren rumores de monstruos en la noche, corren rumores…

Oye un bramido, gutural. Su corazón empieza a latir fuertemente. Ve moverse una sombra en la oscuridad. Gime asustada. Su respiración se vuelve más rápida. Sus ojos le escuecen, se han llenado de sangre inyectada por su miedo.

Entonces ve unos puntos rojos frente a ella. Una nube se desplaza dejando que los rayos del Sol que rebotan en la luna iluminen la calle. Entonces lo ve, los puntos rojos son las pupilas de un hombre alto. Sonríe sádicamente dejando entrever unos afilados colmillos. La joven chilla aterrada presa del pánico. El monstruo se divierte con el terror de la chica. El Señor de la noche conoce bien su poder, infundir terror a sus víctimas paralizándolas. Su propio miedo las deja como estatuas incapaces de escapar ni oponer resistencia. El Vampiro abre su boca y se dispone a morder a la joven cómodamente.

Pero ésta reacciona y golpea al monstruo en la cara con su portalienzos. No le ha producido dolor físico, pero el Vampiro no puede ocultar una cara que refleja una mezcla de sorpresa y frustración. En toda su existencia a lo largo de los siglos, jamás una víctima ha conseguido moverse en su presencia, mucho menos rebelarse contra él. La chica con su corazón a punto de estallar, grita de rabia. El terror la atenaza, es cierto, pero nunca se ha rendido ante ninguna dificultad en toda su corta vida. El terror se ha convertido en furia y ahora la desata.

El Señor de la noche chilla enloquecido, la frustración ha golpeado su orgullo, su seguridad en sí mismo desaparece. Su mente se nubla, ataca iracundo como el animal que es. Ni siquiera mira a su víctima, solo embiste. De repente un dolor en su pecho, baja la cabeza y entonces lo ve. Un pequeño pincel promocional de madera clavado en su corazón. Levanta la cabeza, mira a su asesina, la presa se convirtió en depredador. La cara del Vampiro refleja el más profundo terror. Solo conocía una cara de éste, el que infundía en sus víctimas. Pero ahora conoce la otra cara, sufre el terror, lo vive, es lo último que vive antes de morir envuelto en llamas.

La chica recoge su portalienzos aún asustada y se marcha corriendo del lugar. El Señor de la noche murió aterrorizado. Él fue su arma contra sí mismo, infundió el terror en su víctima que desató la furia que lo mató. Y antes de morir conoció… el terror.


EL MONSTRUO SIN OJOS


La chica de los ojos oscuros, una chica especial, con una esencia divina, pero con una terrible maldición. Sueña por las noches con monstruos sin ojos, le producen un pánico atroz, se despierta sudorosa, con el corazón desbocado, sin apenas poder respirar y temblando como un conejillo asustado.

Ha sido una mala noche, una noche de pesadillas, como otras veces. Está en el vestuario del gimnasio duchándose después de clase de gimnasia, una ducha conjunta donde con sus amigas habla de las odiosas fórmulas de interés simple, capitales equivalentes y vencimiento común, que tienen que estudiar para el examen de tesorería de mañana. Mientras se seca, se mira en el espejo, mira sus ojos, son oscuros, unos ojos preciosos, pero ella los preferiría de color esmeralda. Es la última en vestirse, ha estado pensativa, recordando la última pesadilla, parecía tan real.
Se encuentra sola en el vestuario, agarra su mochila para irse. Y entonces lo ve, delante de ella, es un monstruo sin ojos, como el de sus pesadillas, pero ella está despierta ahora. Un terrible grito ensordecedor suena en lo más hondo de su ser, pero sus cuerdas vocales no emiten sonido alguno. Permanece sumida por el terror, la pesadilla es real.
Corre con el pecho a punto de explotar. El monstruo la sigue, da pequeños pasos, pero es tan rápido como ella. No importa lo rápido que corra, él siempre se mantiene justo detrás. Siente su aliento en la nuca, un aliento helador, pero que al mismo tiempo quema como si fuera fuego del mismísimo infierno. Emite pequeños gruñidos, como un perro salido del averno. Le lanza la mochila, pero el monstruo la esquiva sin inmutarse. Mira hacia atrás aterrada, tropieza y cae. Llora en el suelo mientras el monstruo se acerca inexorablemente. No tiene ojos, pero parece ver, se fija en los ojos de ella. Entonces lo entiende, quiere sus ojos. De entre todas las chicas, quiere los suyos, el monstruo siempre quiere los más bonitos, no se conforma con otros.
Se detiene ante ella, alarga su mano, pero entonces la retira, como si se hubiera quemado. Otra vez la alarga y ahora chilla dolorido. Los ojos de la chica comienzan a brillar como una estrella en el firmamento. El monstruo empieza a arder, en pocos segundos está envuelto en llamas y finalmente queda reducido a cenizas.
La chica de los ojos oscuros, a través de los cuales se puede ver su alma brillante. El monstruo se había enamorado de sus ojos, pero la luz que salió a través de ellos desde su alma, consumió la oscuridad del monstruo.
La chica se levanta, ya no llora, ya nunca más tendrá pesadillas. Y ya nunca más deseará tener ojos de color esmeralda.


sábado, 6 de octubre de 2007

666 (Sátira sobre Software)


Estaba escrito que el fin del mundo, el Apocalipsis, llegaría por obra del hijo de Satán, el Anticristo. Satán, como ya había hecho en anteriores ocasiones a lo largo de la historia, viajó al mundo terrenal con apariencia humana. Como las otras veces, buscó una mujer joven y fuerte para que fuera la madre de su hijo. Tenía que ser una mujer casada y que mantuviera relaciones con su marido periódicamente para no despertar sospechas. Se encaprichó de una joven rubia y atlética, muy atractiva. Entró en su casa y la poseyó, practicando el sexo más salvaje y depravado que se pueda imaginar. Satán con su malvado poder hizo que su mente lo olvidara, y nueve meses después nació su hijo. Su nombre era Software. Este niño empezó a prepararse para su misión estudiando a sus hermanos de tiempos pasados: Atila, Genghis Khan, Hitler… Todos ellos fueron hijos de Satán que fallaron en su misión. Al igual que ellos se preparó para ser un gran líder y formar un poderoso imperio. Creció observando a los humanos para conocer sus debilidades, haciéndose pasar por uno de ellos, ganándose su confianza. Viendo que todos sus hermanos fallaron a pesar de haber construido grandes imperios, decidió cambiar de táctica. Su imperio no debía ser militar. Se fijó en el posible potencial de la industria informática, y vio en ella su medio para dominar a los humanos. Utilizando su poder sobrenatural, empezó a apoderarse de diversos sectores de esta industria, y logró formar un poderoso imperio informático. Ya formado, el Imperio extendió sus malévolos tentáculos introduciéndose en todos los campos empresariales e industriales. En poco tiempo toda la economía mundial estaba bajo su poder. Ninguna empresa, ningún banco, nada podía funcionar sin los programas informáticos del Imperio. Incluso estaban bajo su dominio usuarios particulares en sus casas. El Imperio llegó a tener más adeptos que cualquier religión del mundo. Como una secta destructiva, obligó a sus súbditos a pagar un tributo cada poco tiempo. Había que comprar actualizaciones de los programas continuamente, pues estos se quedaban obsoletos en cuestión de semanas. Todos los programas del Imperio fueron la droga más usada del mundo. Prácticamente todo el planeta estaba enganchado. Software en su trono se reía viendo como los pobres humanos intentaban inútilmente manejar sus productos. Pero estos fallaban inteligentemente, arruinando proyectos, trabajos, vidas. Todo el planeta sufría pero no podía hacer nada, eran adictos a las drogas informáticas del Imperio. Pero esto no era suficiente, el broche final para llevar a cabo su plan fue el “Efecto 2000”. Algunos profetas lo predijeron, y los humanos aterrados intentaron prepararse para ello durante meses, pero fue inútil. El 31 de diciembre de 1999 a las 00:00 h, cuando comenzó el año 2000, empezó también el Armagedón. Todos los ordenadores fallaron, la industria y la economía se colapsó, la electricidad dejó de funcionar, los trenes descarrilaron, los aviones se estrellaron… Los misiles de todos los países se dispararon controlados por los ordenadores, destruyendo todas las fuerzas militares y policiales del mundo. El caos y la destrucción reinaron en la Tierra. La ley había sido eliminada, los humanos empezaron a pelearse por comida y ropa. Pero había desaparecido todo vestigio de humanidad en ellos. Ya no eran humanos, se comportaban como alimañas egoístas y enloquecidas, peleándose y matando por un trozo de pan. Software había triunfado. Por fin un hijo de Satán se había apoderado del mundo. La risa de Satán resonaba ensordecedora en los confines del infierno. Dios observaba apenado como su creación se había destruido. Pero aquello no fue el fin del mundo, fue un nuevo origen. Satán mandaba ahora y Dios era el que debía actuar en las sombras. Se había producido un cambio de Dirección General, y aquello era solo el principio.

viernes, 5 de octubre de 2007

Sed

Sed. Tengo mucha sed. Hace noches que no bebo. Pero se lo prometí a mi amada. Por ella lo dejaría. La necesidad y el deseo por el para mí precioso líquido, envuelve todo mi ser. A veces me retuerzo desesperado clamando por unas simples gotas. Pero le prometí a mi amada que jamás volvería a beber. Mi amor por ella es tal, que sin ella no sería nada. Da sentido a mi paso por este mundo. Por ella lo daría todo, incluso mi propia existencia. No te preocupes cariño, no volveré a beber, no faltaré a mi promesa. La fortaleza es parte de mi esencia, aunque también lo es la necesidad de saciar mi sed, y ésta a su vez una razón de mi fuerza. Pero mi amor por ella es sólido, y éste me dará la voluntad necesaria para cumplir lo prometido a mi amada.

Durante siglos me he alimentado con la sangre de los humanos. Soy el Señor de la noche, el Vampiro. He matado, he torturado, he mutilado, he disfrutado con mis ovejas humanas. Esos insulsos y patéticos humanos han osado rebelarse contra mí en múltiples ocasiones a lo largo de su historia, pero siempre fracasaron. Soy inmortal, existo sin vida a través de los tiempos. El Diablo que ronda sobre la tierra, me llamaron algunos. Pero no, ese otro sabe muy bien donde está su lugar, en las profundidades del infierno, esos son sus dominios. Pero el mundo mortal es mío. Él sólo puede influenciar a los humanos, no actuar, y sólo durante el día, la noche es mi aliada. ¡Aquí mando yo!

Pero un día conocí a mi amada. Una humana. Iba a ser una de mis víctimas. Pero algo en ella invadió mi ser. El amor nació en mí. Nunca entendí el amor, lo veía en los humanos y me reía con prepotencia. Pero ahora lo entiendo, lo conozco, lo siento. Decidí convertirla en vampiresa, hacerla Reina de la noche y juntos gobernar este mundo en las sombras.

Entonces comprendí lo falaz de mi pensamiento. Me enamoró su pureza, su bondad, su humanidad. No sé el motivo y tampoco me importa, pero así fue. No podía convertirla, no podía arrancarle su vida, su humanidad. Y entonces ella me lo dijo: “No puedo entregarle mi corazón a un monstruo, debes dejar de beber”. Y yo se lo prometí. Y el Señor de la noche no faltará a su promesa. Pero tengo sed. Tengo mucha sed.

jueves, 4 de octubre de 2007

Bárbara: Diosa Olímpica


El Monte Olimpo, la montaña más alta de Grecia, hogar de los dioses olímpicos, ubicado en el mundo terrenal cerca del mar Egeo pero imposible de acceder por ningún mortal, ya que su entrada es una puerta de nubes protegida por las diosas de las estaciones. Zeus se sienta majestuosamente en su trono, todos temen su cólera y evitan contrariarlo. A su lado, su esposa Hera, sus celos son legendarios. Se está celebrando una gran fiesta. ¿El motivo de la celebración? Ninguno. A los dioses les gusta tanto festejar como martirizar a los humanos. Hay abundante néctar y ambrosía. Las musas deleitan con sus danzas, poesías... Dioniso, dios del vino, ríe y grita embriagado. Hércules, hijo predilecto de Zeus, nacido de uno de sus amoríos con una humana, se pasea seductor ante las mujeres. Afrodita, diosa del amor, luce resplandeciente; su belleza despierta la envidia de las mujeres y el deseo en los hombres. Ares, dios de la guerra, es el único que no se divierte demasiado, amante de la violencia, no concibe una fiesta sin sangre.

Todos los dioses tienen atribuida una función y son dioses de la misma. Todos excepto una mujer, Bárbara. No ha encontrado ninguna causa de la que hacerse cargo que le interese. Se cuenta que una vez, Zeus la obligó a ser diosa del amor. Pero su desinterés y total falta de romanticismo, provocó que la especie que poblaba la tierra se extinguiera por disminución masiva de la natalidad. Zeus creó entonces a los humanos haciéndolos a su imagen y semejanza. Después le cedió el puesto de diosa del amor a Afrodita.

Bárbara se encamina hacia Zeus. Es una mujer muy atractiva, compite en belleza con Afrodita. Alta, cuerpo atlético, exuberante y una melena pelirroja. Viste un conjunto de cuero. Lleva unas botas también de cuero y unas muñequeras de oro. Una espada con empuñadura de piedras preciosas, uno de los mejores trabajos de Hefesto, dios de la metalurgia, cuelga de su espalda en una vaina negra. Camina con paso firme y una mirada fija. Normalmente, los dioses que se dirigen a Zeus lo hacen con un aire más humilde.

-¿Qué se te ofrece, Bárbara? –pregunta Zeus.

-Has abandonado al pueblo minero –responde-. ¿Por qué? Los vikingos los han invadido. Ahora los hacen trabajar para ellos como esclavos, llevándose lo que extraen de las minas.

-¿Desde cuándo te interesas tú por algo?

-No me gustan las injusticias. Los vikingos son guerreros, los mineros no. No fue una pelea justa.

-No puedo hacer nada. Los vikingos adoran a los dioses de Asgard. Si yo intervengo, empezaría una guerra contra Odín y los suyos.

-Resumiendo, no vas a hacer nada.

-No puedo.

Bárbara no insiste más, sabe que sería inútil. Zeus nunca empezaría una guerra entre dioses. Sin decir nada más da media vuelta y se va. Hércules se dirige hacia ella y la rodea con su brazo.

-No pienses más en eso y únete a la fiesta –dice Hércules sonriente.

-Creía que el gran Hércules siempre está dispuesto a ayudar a los humanos –responde Bárbara.

-En este caso no puedo hacer nada. Yo defiendo a los humanos de la maldad de los dioses. Pero no voy a enfrentar al Olimpo con Asgard.

Bárbara aparta el brazo de Hércules sin mirarle y se va.

Unas horas más tarde aparece en la colonia minera, caminando como si nada, con paso decidido. Los mineros trabajan bajo la mirada vigilante de sus invasores. Unos vikingos la ven y se dirigen hacia ella espadas en mano. Pero en ese momento un rayo impacta en el suelo y aparece Thor, dios del trueno, héroe predilecto de los vikingos, hijo primogénito de Odín, el soberano de los dioses de Asgard, y de Jord, una de sus tres esposas. Thor es un dios alto y musculoso, rubio, forjado en innumerables batallas y armado con un martillo mágico.

-Dejadla –ordena Thor.

Los hombres obedecen sin pensárselo, todavía maravillados por la visión de su dios.

-Eres una diosa del Olimpo. ¿Qué haces aquí? Si atacas a mis hombres tendrás que enfrentarte a mí.

-Tus hombres han esclavizado este pueblo.

-Los humanos dirigen su destino. Pero si una diosa interviene contra mi gente, yo también lo haré.

Ante la indiferencia de Bárbara, Thor golpea el suelo con su martillo. El cielo se encoleriza llenándose de relámpagos y truenos. Una lluvia torrencial se desata y tanto vikingos como mineros se estremecen. Cuando hubo cesado y el Sol vuelve a salir, Bárbara, con gotas de lluvia deslizándose suave y lentamente por sus mejillas, dice:

-Yo también sé hacer truquitos.

Entonces sus ojos verdes se vuelven de color fuego, aprieta sus puños y grita con una fuerza increíble. Al instante, una parte de las minas que estaba vacía estalla violentamente en una sucesión de explosiones. Después saca su espada, la voltea sobre su muñeca y la pone en posición de combate. El filo de su hoja refleja los rayos cegadores del Sol. Inmediatamente salta una distancia impensable para un ser humano hacia el dios de los cabellos dorados. El choque de su espada contra el martillo de Thor provoca una terrible onda expansiva que hace resquebrajarse la tierra. Después ambos saltan hacia atrás de espaldas. Bárbara voltea de nuevo la espada sobre su muñeca con gran pericia. Acto seguido se lanzan otra vez a la pelea. Los humanos allí presentes están hipnotizados viendo el espectáculo. Nunca han visto un combate igual. Luchan a una velocidad y con una fuerza impresionantes. El suelo tiembla bajo sus pies.

De repente los mineros reaccionan. El ver a una mujer peleando contra Thor con esa valentía para defenderlos a ellos, les infunde valor. Armados con mazas y martillos, atacan a los vikingos. Poco a poco van ganando terreno. Sus captores no pueden creer lo que está ocurriendo, pero los corazones de los mineros son más fuertes que los músculos de los vikingos. En poco tiempo se apoderan de sus armas y se hacen con el control. Entonces Bárbara y Thor detienen su lucha. Thor mira a sus hombres vencidos.

-Los humanos dirigen su destino –dice Bárbara-. Se han liberado ellos solos. Esta pelea ya no tiene sentido.

-Tu valentía los ha liberado, no tu poder de diosa. Tú ganas, diosa de los mineros. Sin decir nada más se va de la misma forma que apareció, con un rayo.

-Diosa de los mineros. ¡Lo que me faltaba, vamos! Me gustaría tener ese medio de transporte, yo tendré que volver andando.

Enfunda su espada y se encamina hacia casa. Los mineros la despiden con gritos vitoreándola. Ella camina con la mirada fija hacia delante haciendo caso omiso de éstos.

Lo cierto es que poco importa si quiere o no ser su diosa. Desde aquel día todas las oraciones de este pueblo y sus descendientes irían dirigidas hacia ella.